“EL SENTIDO DEL TACTO”
Ariela Naftal
Performance en el Museo de Arte Español Enrique Larreta | 29-10-2022
¿Qué sentido tiene el tacto? Política de las emociones en una performance de Ariela Naftal en el Museo Larreta
Por Mariana Rodríguez Iglesias
Cuando pienso en la afectividad
pienso en la piel: un borde que siente.
Sara Ahmed
1. «Nuestra piel pesa un dieciséis por ciento del peso total de nuestro cuerpo y se extiende unos dos metros cuadrados. Ninguna otra parte del cuerpo está en contacto con algo que le es ajeno como lo está la piel con el exterior» Diane Ackerman
En Una historia natural de los sentidos, la divulgadora científica y poeta, Diane Ackerman luego de pasar por el tan inmediato sentido del olfato, le dedica un capítulo especial al tacto. Sus investigaciones comienzan señalando las particularidades de este sentido que se aloja y experimenta a través de la piel para luego revisar el lugar que “el tocarse” tiene en nuestro lenguaje cotidiano. Lo que más llama la atención de este capítulo es el lugar que ocupan las historias de bebés recién nacidas que deben permanecer en incubadoras. Ackerman relata su experiencia como voluntaria en un hospital acariciando bebés y lo que aprendió leyendo numerosos papers científicos: que poco después de nacer, aunque no podamos ver ni hablar, instintivamente empezamos a tocar y que las bebés que fueron masajeadas, crecen más y mejor. El tacto –concluye Ackerman– es central en nuestra especie; la vida misma no podría haberse desarrollado sin el tacto, esto es sin los contactos físicos y las relaciones que se forman a partir de ahí.
De esto parece también estar hablando la última performance de Ariela Naftal en una sala intocable del Museo Larreta, de lo vital que es el contacto físico. De cómo al tocarnos y dejarnos tocar producimos relaciones inesperadas no solo con nuestro entorno sino, y sobre todo, con una misma: nos (re)conocemos en ese encuentro. Porque en definitiva ese es el programa ético que las prácticas performativas pueden agenciar(nos): la puesta en escena y experimentación de una más diversa, más gentil, más abarcativa política de las emociones.
2. «Pocas personas lo saben, pero el tacto no se aloja en la dermis, sino en la epidermis que es la segunda capa interna de la piel; por lo tanto, el tacto es interno» D.A.
Proponemos meditar esta cuestión acompañadas del pensamiento de la teórica feminista y queer Sara Ahmed para entender de qué manera el contacto se involucra en las tecnologías de subjetivación –esas desde donde decimos “yo”. Para Ahmed las emociones adquieren forma a través del contacto con los objetos –¡no son causadas por ellos!– por lo tanto, las emociones no están en el sujeto o el objeto sino que “moldean las superficies del cuerpo en relación a los objetos” (Ahmed, 2005). Las emociones son siempre relacionales y por ello involucran reacciones de acercamiento o de alejamiento, involucran formas afectivas de reorientación en el espacio. Cómo nos movemos, dónde nos movemos, qué puede hacer mi cuerpo, hasta dónde sí y hasta dónde no, con qué nivel de despliegue o de repliegue habitaré un espacio: nuestro cuerpo está constituído por las impresiones que las emociones fueron dejando, capa sobre capa.
Ariela es una artista que trabaja con materiales notoriamente personales, que elabora su propia historia de contactos en los relatos de obra y en donde la espacialidad que estas ponen en juego hablan de una orientación dentro del campo de lo doméstico. Su cuerpo, pero también el de las otras personas con las que convivió o convive; lo que se puede decir o que se debe callar; son las narrativas personales y políticas de las que está hecho su cuerpo de obra.
3. «La piel contiene toda nuestra carne y humores dentro (donde deben estar); es sumergible, lavable y elástica. La dermis se repara a sí misma cuando es necesario» D.A.
“El sentido del tacto” (2022) tiene aspectos verdaderamente novedosos y otros ya metaforizados e investigados dentro del cuerpo de obras previo de Ariela. Aquí, la artista recupera, despliega y reorienta dos procedimientos anteriores, los que a su vez se habían constituído en parte de su firma estética. Estamos pensando en las siguientes dos obras: Loza blanca (fotografía, 2004) con la aparición de la vajilla como sinécdoque siniestra de lo familiar y su propio rostro en vínculo con aquella; y en Costurón (instalación, 2011) en donde estrena el procedimiento de transmutar esta vajilla a través de la costura e incorporarla a un mantel usado: éste amordaza y atrapa en su interior todo lo que no pudo ser ni dicho, ni tragado. Así quedaban –sin deglutir del todo– a la vista-tacto de las espectadoras la loza, los cubiertos y las copas. En ésta (y en sucesivas experiencias artísticas que pueden verse en su sitio web) Ariela se dedicó a “poner sobre la mesa” a través de un lenguaje de marcas y suturas una historia de lo no dicho, esas viejas heridas presentes allí con sus cicatrices. Es una instalación que al hacer tándem con las fotografías previas, lograba poner en escena un presente silente en el que las palabras no podían ser dichas –tampoco escuchadas– y por eso todo permanecía en estado de mortaja, como susurros reprimidos en un velorios de cuerpo presente. Elegir, cubrir, coser e insistir, acciones que señalaban la posibilidad de una restitución pero que también dejaban momificado el trauma, quieto, inamovible y descansando sobre una mesa bien puesta.
“El sentido del tacto” es, en cambio, un sacudón. Literalmente. Ya no hay mesa para esconderse debajo. Ahora, la acción tiene un comienzo reparador –Ariela sigue y sigue envolviendo y cosiendo vajilla a la tela–, pero el mantel va directamente sobre el piso por lo tanto involucrarse con él significará, sin escapatoria, ponerse de rodillas, acercar el cuerpo y meterse abajo, entonces sí, conocer su peso, sacudirlo, alterarlo y transitarlo para volver a erguirse con todo a cuestas.
4. «La piel define nuestra individualidad: no solo tenemos huellas digitales que son únicas, la disposición de nuestros poros también lo es» D.A.
En una entrevista, Ariela observaba que el silencio que dispara su obra es frío y cerrado. Esto podría caberle muy bien a las obras previas a su vídeo y sus performances, aquellas en la que las tomas fotográficas eran bien estrechas, los objetos permanecían en un estado de momificación apagado y la amenaza parecía todavía cernirse sobre nuestros cuerpos. Tal vez por eso, es tan interesante observar ahora cómo su propia obra y los procedimientos que ésta pone en juego, se volvieron aquello que puede cobijarla, abrigarla incluso, y de esta manera permitirle realizar con su cuerpo un nuevo trazado en el espacio: un desplazamiento y una transformación. El sentido del tacto no es solo una obra “acerca de la transformación”: es en sí misma un ritual de pasaje en el que Ariela se transforma. No es más acerca de la conservación de la memoria ahora es de apropiarse del relato, ponerle el cuerpo, meterse con esa memoria, por lo bajo, sacudirla como un acontecimiento.
Esta noción de transformación se ve claramente representada en la orientación que este cuerpo toma y que pasa de un espacio cerrado, doméstico y conservado –huelga decir que la sala que aloja la performance es patrimonio nacional y cada uno de sus centímetros cuadrados deberían ser, literalmente, intocables– hacia la apertura lumínica, atmosférica y sonora del patio andaluz de este edificio de finales del siglo XIX. Estos patios representaban en sus orígenes la celebración de la vida y deben estar llenos de naturaleza porque cada planta era una ofrenda, un regalo a los dioses. El patio andaluz, por lo tanto, representa el exceso de fé y es hacia donde se orienta la artista luego de involucrarse con sus objetos memoriosos. Por eso decimos que El sentido del tacto es la obra que viene después de procesar el silencio: es una oportunidad para dejar atrás la imposibilidad que las obras anteriores señalaban a través de la toma de ciertas decisiones entre las que se destaca el enorme riesgo abismal de tocar y dejar ser tocada. La promesa de felicidad –otra vez con Ahmed– se aloja en las posibilidades impensadas del encuentro con otras superficies que son afectadas por nosotras y nos afectan. La dicha no es tener todo eso que nos ofrecen –vidas previsibles según normativas hegemónicas; la verdadera dicha es la sorpresa, es un plus, es la gentileza que no esperábamos, una mirada que nos sostiene, una caricia que podemos dar; la escucha sensorial de un cuerpo abierto, su herramienta; la performance, un simple efecto.
Lic. Mariana Rodríguez Iglesias
Nuñez, primavera de 2022